Por Javier Barral
Hoy en día es bastante común ver faltas ortográficas, sobre todo entre los más jóvenes. Profesores y correctores ya están acostumbrados a verlas y penalizarlas en exámenes y trabajos. En mi caso, estudiante de Bachillerato, por cada falta, se me penaliza con 0,25 menos en la calificación de dicho examen. ¿Es este sistema el correcto para solucionar el problema ortográfico?
Es frecuente escuchar, con razón, que el desconocimiento de la norma ortográfica se debe a la influencia de la era digital en la que nos encontramos. Gracias, al corrector del programa que usamos, nuestras faltas se corrigen automáticamente. A esto se le añaden los medios de mensajería instantánea en los que, sobre todo los jóvenes, escribimos sin prestar atención, con abreviaturas y emoticonos. Además, el interés por la lectura es bastante bajo, en general, no sólo entre los jóvenes. Un ejemplo claro es la lectura del periódico. ¿Lo compramos para estar al día o para adquirir conseguir el juego de sartenes que ofertan?
Cuando una persona comete faltas habitualmente, suele decir que escribe así, bien por comodidad bien porque las normas ortográficas le parecen absurdas. Alguien que en parte estaría de acuerdo sería Juan Ramón Jiménez. El Premio Nobel de literatura también cometía faltas, aunque en este caso a propósito. Él, partidario de escribir como se habla y no de hablar como se escribe, afirmaba que lo hacía por amor a la sencillez y a la simplificación.
En conclusión, parece claro que la solución no se encuentra en penalizar sobre la nota sino en concienciar(nos) de la importancia no solo de saber expresarse, sino de hacerlo en la forma correcta. Las normas son imprescindibles en la lengua, como su propia definición dice. Aun así, el cambio es constante, en una lengua viva, a través de su uso cotidiano. ¿Se acabará adaptando a las necesidades del momento, pudiendo llegar a suprimirse algunas de estas normas o exigencias ortográficas?